Mini ficción, autor Norberto Carlock
Era un domingo como cualquier otro, la iglesia estaba a la mitad de su capacidad, la misa la daba el padre Horacio, un hombre maduro anciano, proveniente de Jalisco, tierra de fieles creyentes y de donde la mayoría de los sacerdotes mexicanos eran originarios. podría decirse que la iglesia estaba llena, después de todo eran pocos los lugares públicos que estaban abarrotados casi a la mitad de su capacidad, la mayoría de las construcciones habían estado diseñadas para grandes montones de gente, eran ciudades que habían sido construidas verticalmente porque los horizontalmente ya no cabían más, y los costos por metro cuadrado de los lugares más exclusivos de la ciudad eran despampanantes, apenas hacía unos años de eso y ya era impensable recordar esos precios que la ambición y la vanidad habían orillado.
La misa la daba el padre como él acostumbraba, hablando del espíritu de Dios propio de la religión y la doctrina que practicaba desde niño, él había nacido en el 2010, aún recordaba los programas de televisión que solía ver de niño, en cada sermón siempre hablaba de los problemas que vivió en aquella época, realmente fueron pocos los años que recordaba que habían sido tranquilos y en su sermón hacía alusión a esos años: cómo los defectos del ser humano lo había alejado de la vida, de sus hermanos y lo había encerrado en una prisión de egoísmo y vanidad, alabando al dinero, al prestigio, al poder.
Después del 2017, cuando apenas tenía 7 años no volvió a vivir tranquilidad hasta después de 25 años, algunos le llamaron los años de hundimiento, cuando el sismo golpeó la ciudad mucha gente no se volvió a recuperar, perdió casa, familiares, apenas unos años después vino la pandemia junto con las erupciones volcánicas y los sismos... donde empezó lo peor.
La escasez de agua y alimentos llevó a muchos al exilio, a muchos otros a cometer actos de los que nunca se arrepintieron, no tuvieron tiempo, las enfermedades arrasaron, el primer virus sólo era la punta del iceberg y de hecho, contrario a lo que todos pensaban, haberlo tenido era una bendición, nadie se imaginó que necesitarían la inmunidad que el virus les había dado a los contagiados para sobrevivir las siguientes pandemias, neumonías y cóleras brutales arrasaron con la población, hablaban de miles de muertos, pero enterraban a millones.
Sus sermones siempre hablaban de esos 25 años en los que la humanidad apenas conoció la paz, la tranquilidad, la tierra se limpió y los optimistas hablaban de un ciclo natural en que la tierra se había purificado, los expertos nunca lo confirmaron, la tierra realmente no conspiró contra el reino humano, ellos mismos se exterminaron, entre guerras y pandemias cuando decidimos alejarnos de la luz de Dios.
La misa terminó, todos se inclinaban en un gesto de despedida, Horacio lo recordaba, no siempre había sido así, él aún tenía la mala costumbre de abrazar a la gente, costumbre que pocos conocían y los niños no entendían. cuando salieron las 25 personas, Horacio se paró junto a la puerta de la iglesia, viendo hacia el cielo, era azul profundo, el calor apenas empezaba eran las 11 am del domingo y se acercó al arroyo de agua transparente que pasaba junto a la iglesia, recordó que de niño esa era una calle principal, donde transitaban él y sus hermanos mayores todos los días a la escuela, cargado de autos, apenas se podía caminar, no podía creer que se hacía casi una hora y media de su casa a su escuela, estando tan cerca, literalmente no lo podía creer, el recuerdo era apenas claro y sus hermanos murieron en la tercera pandemia, la última.
Llenó sus manos del agua cristalina, la llevó a su cara lavándose el sudor y bebiendo lo que cayera en sus labios, pensó en el sermón que daría en la siguiente misa, en una hora, seguramente hablaría acerca de ese trayecto que apenas recordaba y de cómo el arroyo no transportaba el agua deliciosa que ahora él tomaba, sino que era un arroyo de autos, transportando la frustración y desencanto rutinario de cientos de personas, o quizás sólo hablaría de algo que la gente de ahora conociera, ya casi nadie entendía de lo que hablaba Horacio.